En esta entrada subimos la segunda parte del relato de
José Mari sobre el viaje de meses
que realizó junto a Susana. Las
fotos enriquecen y colorean el texto redondeándolo y aun no sobrando ninguna, a
mi parecer, no pasaría nada si no las hubiera. Tiene fuerza descriptiva no sólo
para contarnos lo que vivieron sino para
meternos en su periplo y hasta invitarnos a realizarlo. Ha sido un placer
leerlo y es por esto que habiéndolo redactado para nuestra newsletter “De Capazo” que se hace para componentes
activos o no, casi era obligado abrirlo por lo menos a toda la gente que nos
sigue. Si las circunstancias no les permitieron finalizar lo proyectado,
seguramente lo podrán acabar cuando esto pase. Me produce sentimientos
encontrados, pues deseando cumplan sus deseos, eso los alejará un tiempo de
nosotros y perderemos sus aportaciones al Grupo
y el no contar con sus ideas, trabajos y compañía. Apreciad la sensibilidad y
disfrutad.
Álvaro
Vuelta a la Tribu (2)
La India, nuestra
siguiente parada, es además de un continente propio, casi otro planeta. Bombay
nos mostró su pasado colonial, Kerala nos regaló la mejor cara de India, verde,
húmeda, rural y tranquila. Goa fue un oasis de playas y palmeras que nos emborrachó
de mar y de paz. La frenética Delhi nos abrió las puertas de la historia, el
Rajastán nos enseñó el corazón del país y su glorioso pasado.
Varanasi fue nuestro particular y fascinante cruce de la laguna Estigia. Un
viaje a otra forma de vivir la muerte, y por tanto, a otra forma de entender la
vida.
Gath de
cremaciones en Benarés, Uttar Pradesh (India)
Todo lo coronó el Taj
Mahal, esa "lágrima en la mejilla de la eternidad" cuyo brillo nunca
olvidaremos. La construcción más hermosa que hemos contemplado.
Sri Lanka, la inesperada Ceilán, nos abrió las puertas del budismo y nos
tomamos al pie de la letra su mantra: "Alégrate, porque todo lugar es
aquí, y todo momento es ahora".
Escalamos la roca de Pidurangala y disfrutamos de la selva y de la imponente
Sigiriya hasta que el monzón (¡eso sí que es llover!) nos obligó a escapar de
la montaña.
Rostros de la
India
Mientras en Jaca
cantabais villancicos, nosotros pasamos una Navidad diferente, nadando entre
tortugas marinas en la costa sur de Sri Lanka.
Pescadores
“zancudos” en la costa de Unawatuna (Sri Lanka)
Vietnam nos enseñó sus
cicatrices de guerra, todavía muy presentes en una sociedad que las asume sin
rencor. Nos conquistó Hoi An, tan bella sin proponérselo, y nos atrapó Hué con
su historia repleta de emperadores y doncellas.
En Sapa nos llenamos de barro, de frío y de humedad. Pero nuestros ojos se
llenaron de arrozales, cascadas y de las sonrisas de unos pueblos que viven sin
reloj ni calendario. Que viven como han vivido siempre, orgullosos de su
identidad y de sus diferencias.
Jóvenes de las
etnias Hmong y Hmong Verdes en los valles de Sapa (Vietnam)
Myanmar fue nuestra
mejor sorpresa. Hemos girado y girado alrededor de la pagoda Swedagon, el
Vaticano del Budismo, con sus toneladas de Oro y piedras preciosas y sus
inquebrantables fieles. Que se congregan a cientos cada tarde.
Pagoda
Shwedagon. La estupa tiene 100 m de altura y está cubierta de oro, Rangún
(Myanmar)
Hemos cruzado a pie las
colinas de las tribus Shan y hemos disfrutado de un mundo pleno de inocente
autenticidad y que no recela de mostrarla.
Terminando la
faena en las montañas de los Shan (Myanmar)
Las maravillosas ruinas
de Bagan, el principal reclamo turístico de la (todavía) poco turística
Myanmar, merecen un puesto de honor en el disputado ranking de maravillas de
mundo. Con sus 5000 templos esparcidos junto al rio Irrawaddy, y descrita por
Marco Polo en el siglo XIII como “una ensoñación, un espejismo de templos de
oro y plata, un lugar mágico y deslumbrante”, Bagan es una joya que hay que
disfrutar.
Joven monje
budista en las ruinas de Bagan (Myanmar)
En Tailandia regresamos
al siglo XXI. Disfrutamos en Bangkok de sus palacios y templos, sus canales y
mercados y sus altísimos rascacielos de acero y cristal. Las playas de Krabi y
Koh Chang nos han enseñado nuevos tonos de azul en unas aguas de ensueño, y de
blanco, en una arena donde brilla el coral. Aunque por primera vez en este
viaje, nos hicieron sentir más turistas que viajeros.
En el norte nos atiborramos de coloridos templos y ruinas magníficas, que no
destacan más por pura acumulación, y que nos ayudaron a prepararnos para lo que
nos esperaba en Camboya.
Izquierda:
Ruinas de Sukhotai. Derecha: Templo Blanco de Chiang Rai (Tailandia)
El tesoro del Sudeste
asiático se llama Ang Kor. Recorrimos durante una semana sus templos,
ciudadelas y palacios que nos impresionaron más que ningún otro lugar del
continente. Una misteriosa civilización perdida de la que quedan como
testimonio estas fantásticas ruinas, repletas de sonrisas tan misteriosas como
la de “la mona Lisa”.
Arriba: El
Templo principal, Ang Kor Wat. Abajo, rostros tallados en el Templo de Bayon,
Siem Riep (Camboya)
En Laos navegamos el río
Mekong, nos bañamos en sus cascadas y lagunas, perdimos el tiempo
"descansado de viajar" en la hermosa Luang Prabang y exploramos
cuevas y escalamos montañas en la sorprendente Vang Vieng, sin pensar que todo
cambiaría de golpe. Y que ese virus que hace meses conmocionaba la enorme
China, estaba extendiéndose deprisa en Europa.
Volvemos a casa felices por haber disfrutado esta experiencia durante 6 meses.
Convencidos de que lo más bello de la Tierra es, sin duda, su diversidad. Esto
nos convence de que proteger, enseñar y disfrutar de nuestra cultura es una de
las más nobles empresas que se pueden realizar en este tiempo.
El Mundo se enfrenta al tan nombrado “choque de civilizaciones”, que se acaba
traduciendo en un constante enfrentamiento global, y paradójicamente, en una
imparable globalización que está acabando con la cultura de miles de tribus a
lo largo y ancho del planeta.
Pero hay una alternativa, la que entiende al Mundo entero como una gran civilización,
dentro de la que puede florecer la cultura de miles de pueblos. En la que no es
necesario perder lenguas, costumbres, técnicas, ritos o artes para parecerse al
resto. Donde ser diferentes, se valora como lo que realmente es: Una
extraordinaria riqueza.
Hemos podido disfrutar en África, de la cultura antiquísima de Himbas, Hereros,
Zulúes o Bosquimanos. Pueblos que cantan, bailan o cuentan historias para
ellos, no para un público. Tan sencillos que ni siquiera necesitan una melodía
para ejecutar un baile, ¡el ritmo es más que suficiente!
En la fantástica India asistimos al teatro Kathakali, donde el espectáculo
comienza asistiendo al complicadísimo maquillaje y vestuario de los actores,
que no dirán ni una palabra durante toda la representaciónActores del
teatro Kathakali en Fort Kochi, Kerala (India)
En Vietnam, las artes son tan refinadas
que asistir a un espectáculo sencillo de marionetas de agua, se convierte en
una experiencia cautivadora, trasladada desde los inundados campos de arroz que
cubren el país, hasta los recargados teatros de Hanoi o Saigón.
Tal vez, solo tal vez, el pasado pueda ayudarnos a crear un mejor futuro. Tal
vez consigamos bajar nuestro folclore de los escenarios y devolverlo a las
plazas. Tal vez consigamos cantar sin vergüenza, y enseñar a otros a hacerlo.
Puede que les estemos enseñando mucho más que a bailar o a cantar.
Todos los que leéis este texto, tenéis la enorme fortuna de pertenecer al grupo folklórico Alto Aragón de Jaca.
De formar parte de un colectivo que conoce sus raíces, las valora y las
reivindica. Todos, necesitamos formar parte de algo más grande que nosotros
mismos. Todos, en cualquier lugar del mundo, necesitamos una tribu.
José Mari Palacio Albertín