Mostrando entradas con la etiqueta Ildefonso M. Gil. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ildefonso M. Gil. Mostrar todas las entradas

14 mayo, 2022

Nos vió en Nueva York - 1983

 

Baturrismo y demagogia

Vuelvo a ocuparme del baturrismo por la alegría de haber asistido en Nueva York a una brillante actuación del grupo folklórico Alto Aragón.

ILDEFONSO MANUEL GIL

     SER demagogo es mucho más fácil que ser demócrata; de igual manera, ser populachero es más fácil que ser popularista. Democracia y pueblo son valores positivos e inseparables. Amar al pueblo no es, en el aspecto cultural, descender al nivel de su actual formación, sino tratar de hacerle partícipe de bienes culturales de los que por siglos y siglos se le ha mantenido apartado por una política pseudoelitista.

     Por lo que a Aragón respecta, quien ame lo popular debería militar contra las formas inmediatas de su mal entendido folklore, liberándolo de cuanto en él es más aparente, por más facilón y también por más zafio.

     La figura máxima que durante mucho tiempo ha venido siendo la mas “exportada” – y aún, por desgracia, la más usual dentro de nuestra propia tierra— como caracterización del pueblo aragonés es la del baturro; es decir una degradante caricatura de nuestro pueblo.

     Si esa menguada y tosca figura, hubiese nacido y crecido fuera de Aragón, bastaría con denunciarla y combatirla, luchar contra su existencia; pero son demasiados los aragoneses que han contribuido y siguen contribuyendo al mantenimiento de ese tópico baturrismo. Mentira parece que un aragonés fuera capaz de escribir aquella copla que dice lo de:

Un baturro se miraba

en un espejo y decía:

Qué cara de animal tiene

ese tío que me mira.

     Y aún parece mentira mayor que tantísimos otros aragoneses hayan reído oyéndola cantar o decir.

     Eso es populachería vil y en esas risas hay, sin que los reidores lo adviertan, una manifestación de mala conciencia y de autosatisfacción ingenua y retorcida. La risita es ahí un querer decir: “A mí no me pasan cosas así, que yo sé bien lo que es un espejo…” y además yo no tengo cara de animal, lo que basta a muchos para sentirse hasta orgullosos de sí mismos, seguros de su gran suficiencia.

     DE esa ridiculización del campesino aragonés, he venido protestando desde hace muchos años en artículos periodísticos, en entrevistas de radio, prensa y televisión, en conferencias y libros. Concretamente en EL DIA de 9 de abril de este año, bajo el título de «Sobre el baturrismo», dije, entre otras cosas, que la burda estampa del palurdo aragonés, la grotesca estampa del baturro tópico «ha sido hecha por aragoneses mediocres, a golpes de chafarrinón» y que es nuestro deber promover contra tal interpretación bufonesca «un gran respeto al pueblo aragonés tan torpemente caricaturizado por el baturrismo».

     Y, curiosamente, vuelvo a ocuparme de ese mismo asunto no por necesidad de protestar contra nuevas muestras de tal desafuero populachero y antipopularista, sino por la alegría de hacer asistido en días pasados, en Nueva York, a una brillante actuación del grupo folklórico Alto. Aragón, en que calzón corto, faja y cachirulo, se dignificaban como signos externos del más fino arte popular aragonés. Porque la jota es bellísima como danza y es emotiva como canto, siempre que se mantenga en justa fidelidad a su raíz popular, sin alharacas de espectacularismos escénicos. Es viril y sobria, como el pueblo al que pertenece.

     El grupo Alto Aragón es en eso modélico; al mismo tiempo, su concretísimo nombre, no le impide dar cabida en su programa a otros tipos de bailes y cantos de las tres provincias aragonesas, hermosos en sí mismos y perfectamente interpretados por esos abnegados jóvenes jacetanos. Esa rica variedad del folklore aragonés  que tantas veces queda oculta bajo la magnificencia de la jota, queda muy fina y eficazmente subrayada por los componentes de Alto Aragón.

     EN esa noche neoyorquina, participaron también José Antonio  Labordeta y su excelente grupo de músicos jóvenes, inteligentes y fervorosos; dieron a un público, enfervorizado por lo que estaba viendo y oyendo, viejos y bellos cantos aragoneses: sus mayos y sus albadas tuvieron esa honda delicadeza que está en el extremo opuesto del baturrismo. Arte popular auténtico, frente a lo populachero.

     Sobre visiones demagógicas y democráticas de la cultura hay mucho que decir y quizá sea obligado decirlo pronto. Por hoy nos limitaremos a decir que en programas como ése tiene la Diputación General de Aragón un excelente instrumento de servicio democrático a la cultura aragonesa expresada en bailes y cantos, mientras la reincidencia en el baturrismo no es más que demagogia infracultural. Tajantemente lo dijo Manuel Alvar y en su autoridad quiero muy gustosamente apoyarme: «Copleros y baturristas nada cuentan en nuestra cultura».

EL DÍA PERIÓDICO ARAGONÉS INDEPENDIENTE – Viernes 28 de octubre de 1983 – pág.3

Las negritas son del blog.