Baturrismo y demagogia
Vuelvo a ocuparme del baturrismo por la alegría de haber
asistido en Nueva York a una brillante actuación del grupo folklórico Alto Aragón.
ILDEFONSO MANUEL GIL
SER
demagogo es mucho más fácil que ser demócrata; de igual manera, ser populachero
es más fácil que ser popularista. Democracia y pueblo son valores positivos e inseparables.
Amar al pueblo no es, en el aspecto cultural, descender al nivel de su actual formación,
sino tratar de hacerle partícipe de bienes culturales de los que por siglos y siglos
se le ha mantenido apartado por una política pseudoelitista.
Por lo que a Aragón
respecta, quien ame lo popular debería militar contra las formas inmediatas de su
mal entendido folklore, liberándolo de cuanto en él es más aparente, por más facilón
y también por más zafio.
La figura máxima
que durante mucho tiempo ha venido siendo la mas “exportada” – y aún, por
desgracia, la más usual dentro de nuestra propia tierra— como caracterización
del pueblo aragonés es la del baturro; es decir una degradante caricatura de
nuestro pueblo.
Si esa menguada y
tosca figura, hubiese nacido y crecido fuera de Aragón, bastaría con denunciarla
y combatirla, luchar contra su existencia; pero son demasiados los aragoneses
que han contribuido y siguen contribuyendo al mantenimiento de ese tópico baturrismo.
Mentira parece que un aragonés fuera capaz de escribir aquella copla que dice
lo de:
Un
baturro se miraba
en un
espejo y decía:
Qué
cara de animal tiene
ese
tío que me mira.
Y aún parece mentira
mayor que tantísimos otros aragoneses hayan reído oyéndola cantar o decir.
Eso es populachería
vil y en esas risas hay, sin que los reidores lo adviertan, una manifestación
de mala conciencia y de autosatisfacción ingenua y retorcida. La risita es ahí
un querer decir: “A mí no me pasan cosas así, que yo sé bien lo que es un
espejo…” y además yo no tengo cara de animal, lo que basta a muchos para
sentirse hasta orgullosos de sí mismos, seguros de su gran suficiencia.
DE esa
ridiculización del campesino aragonés, he venido protestando desde hace muchos
años en artículos periodísticos, en entrevistas de radio, prensa y televisión,
en conferencias y libros. Concretamente en EL
DIA de 9 de abril de este año, bajo el título de «Sobre el baturrismo»,
dije, entre otras cosas, que la burda estampa del palurdo aragonés, la grotesca
estampa del baturro tópico «ha sido hecha por aragoneses mediocres, a golpes de
chafarrinón» y que es nuestro deber promover contra tal interpretación bufonesca
«un gran respeto al pueblo aragonés tan torpemente caricaturizado por el
baturrismo».
Y, curiosamente,
vuelvo a ocuparme de ese mismo asunto no por necesidad de protestar contra
nuevas muestras de tal desafuero populachero y antipopularista, sino por la alegría
de hacer asistido en días pasados, en Nueva York, a una brillante actuación del
grupo folklórico Alto. Aragón, en
que calzón corto, faja y cachirulo, se dignificaban como signos externos del
más fino arte popular aragonés. Porque la jota es bellísima como danza y es
emotiva como canto, siempre que se mantenga en justa fidelidad a su raíz
popular, sin alharacas de espectacularismos escénicos. Es viril y sobria, como
el pueblo al que pertenece.
El grupo Alto Aragón es en eso modélico;
al mismo tiempo, su concretísimo nombre, no le impide dar cabida en su programa
a otros tipos de bailes y cantos de las tres provincias aragonesas, hermosos en
sí mismos y perfectamente interpretados por esos abnegados jóvenes jacetanos. Esa
rica variedad del folklore aragonés que
tantas veces queda oculta bajo la magnificencia de la jota, queda muy fina y
eficazmente subrayada por los componentes de Alto Aragón.
EN esa noche neoyorquina,
participaron también José Antonio Labordeta
y su excelente grupo de músicos jóvenes, inteligentes y fervorosos; dieron a un
público, enfervorizado por lo que estaba viendo y oyendo, viejos y bellos
cantos aragoneses: sus mayos y sus albadas tuvieron esa honda delicadeza que
está en el extremo opuesto del baturrismo. Arte popular auténtico, frente a lo populachero.
Sobre visiones
demagógicas y democráticas de la cultura hay mucho que decir y quizá sea
obligado decirlo pronto. Por hoy nos limitaremos a decir que en programas como
ése tiene la Diputación General de Aragón
un excelente instrumento de servicio democrático a la cultura aragonesa
expresada en bailes y cantos, mientras la reincidencia en el baturrismo no es
más que demagogia infracultural. Tajantemente lo dijo Manuel Alvar y en su autoridad quiero muy gustosamente apoyarme:
«Copleros y baturristas nada cuentan en nuestra cultura».
EL DÍA PERIÓDICO ARAGONÉS INDEPENDIENTE – Viernes 28
de octubre de 1983 – pág.3
Las negritas son del blog.