Completamos la segunda parte
del artículo que habla entre otros, de nosotros en aquel memorable y divertido viaje a Nueva York. Me trae buenos recuerdos.
Como despedida de este año
2019, quiero desear lo mejor al Grupo Folk. “Alto Aragón”, pues sin él este
blog no tendría sentido. A sus componentes, familiares, colaboradores, seguidores
y a todo el mundo que disfruta con el folklore. Que el 2020 llegue pleno de
viajes atractivos, de grandes ideas, de proyectos que se irán plasmando con el
empuje de tod@s. Que siga la armonía entre los componentes, argamasa
fundamental, que lo demás ya irá fluyendo.
Un abrazo a cada un@ de los
componentes.
Álvaro
El acto principal en el que
iban a participar los grupos musicales era el Desfile de la Hispanidad,
previsto para el día 9, pero tal y como aterrizaron en el aeropuerto Kennedy
les informaron de su suspensión. Había fallecido el cardenal de Nueva York,
nuncio del Papa en Estados Unidos, y el luto oficial impedía su celebración. Así
que tenían todo el día para visitar la ciudad.
En el hotel de la calle 44
donde se alojaron, el Mansfield Hotel, los de Jaca compartían estancia con La
Come y el Ballet María de Ávila de Zaragoza. Los bailarines tenían una forma espartana
de saborear la vida, pero Labordeta, sus músicos y los del Alto Aragón,
compartían otra muy distinta. Juntos se fueron a recorrer Manhattan y lo que
pudieron: el Empire State, la catedral católica de San Patricio, el Metropolitan,
el Rockefeller Center, el Lincoln Center, la calle 42, Broadway, Chinatown...
Viajar
con ellos en un vuelo de Spantax es ol-
vidarte
de los menús de plástico pues, donde
menos
te esperas, sacan sus panes altoara-
goneses,
sus longanizas del somontano y las
tortillicas
de mamá y, de golpe, se olvida el
tedio
de la monotonía de un vuelo aburrido.
Por
todos los lados, en cajas perfectamente
clandestinas,
salen botellas de vino que cru-
zan
el avión en un cerrar de ojos. Y los chistes,
los
diretes y los dimes acentúan la bondad de
la
humanidad de estas gentes.
José
Antonio Labordeta
Al día siguiente comenzaron su
gira neoyorquina. Actuaron en el teatro Joyce, junto a Baluarte Aragonés, y en
el Essex Country College de Newark, la Bryant School, de Queens, y la Casa de España
(clausura) junto a Labordeta y La Come.
Aunque en la mayoría de los
conciertos o actuaciones, el público era casi exclusivamente español o hispano,
cuando la troupe aragonesa llegó al Essex Country College de Newark, José
Antonio se dio cuenta enseguida de que en primera fila había un espectador negro.
Por eso, cuando Labordeta recorría las “estrofas de su Arremójate la tripa
(Meditaciones de Severino el sordo) y llegó a «los hijos de la María se han
marchado a Nueva York, uno trabaja de negro, otro de indio en un salón», el
cantautor aragonés cambió sobre la marcha «negro» por «Guanamino». Alguien del Alto Aragón le preguntó
después a José Antonio que qué era un Guanamino, y Labordeta le contó el
chiste.De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Enrique Tello, María Jesús Lera, Jesús Lacasta, Mario Garcés, Esther Puértolas, Álvaro Gairín, Julio Laín, Javier Lagunilla, Antonio Gairín, Isabel Moreno, Mamen Millera, María Villarroya, Marta Millán, Joseato Muñoz, Teresa Bescós, Paco Medina, Paco Betés, Labordeta e Iñaki Fernández.
ALMANAQUE DE LOS PIRINEOS / AGOSTO 1975-1985 143
FOLKLORE
La COOME —o La Come, como todo el mundo la nombraba—
acompañaba en ocasiones a José Antonio Labordeta y estaba formada entonces por
Javier Inglés, Iñaki Fernández, Paco Medina, Juan Carlos Fernández, que luego
formaría parte de Ixo Rai, y Ángel Vergara, el último en incorporarse después
de haber formado parte de Os Mosicos das
Cambras junto a Joaquín Pardinilla.
En ese mismo recital, el batería de La Come,.Juan Carlos
Fernández, se había dejado las baquetas en el hotel y dos integrantes del Alto
Aragón, Máximo Lacasta y Rafael Pérez, registraron el recinto hasta que
encontraron dos perchas de madera de las que fácilmente extrajeron dos baquetas
para Juanito, que era de Luesia, y merecía atención especial. Todo aquello unió
mucho.
Pero lo mejor estaba por
llegar. Para los desplazamientos entre actuaciones usaban un autobús en el que cabían todos. A la parte delantera, más
seria, la llamaban Barrio Manhattan, y a la de atrás, donde los somardas se buscaban
entre sí, Barrio Chino. En una curva de noventa grados yendo a Queens, el
vehículo dio un viraje brusco para incorporarse a la 5ª Avenida y el
contrabajo de Máximo Lacasta,
que no tenía por funda más que unos cuantos trozos de espuma de tapizar, salió
volando para quedar destrozado sobre el asfalto. El autobús frenó y se hizo un
silencio sepulcral, mientras Máximo, el más veterano del grupo, rompía a
llorar.
Al día siguiente, Máximo recibió, «emocionado como nunca he
visto a
una persona», nos cuenta María Ángeles Rubio, en una actuación
memorable en la Casa de España, un nuevo contrabajo gracias al generoso detalle
de Mayte Iza, directora general del Instituto Español de Emigración. Se lo
dieron a mitad de actuación. Hasta entonces había tocado de prestado el bajo de
Iñaki Fernández (La Come), un montisonense enamorado de The Beatles.
Nos
fuimos a una tienda de instrumentos y la
directora
me pidió que eligiéramos un con-
trabajo
para Máximo. Como no tenía ni idea
de
contrabajos, después de tocarlos todos
elegí
el más caro. Lo peor fue encontrar un
taxi
donde entrara ese bicho.
Rafael
Pérez