He encontrado buscando otra cita, una curiosa conferencia
que D. Luis Monreal Tejada (1912-2005) dio en Jaca en el año 2000. Fue alumno
de D. Domingo Miral en Zaragoza y en Jaca. Asistió por primera vez a los cursos
de verano de la Universidad de Zaragoza en Jaca en 1928. En esos momentos no
estaba hecha la Residencia Universitaria y los alumnos y profesores estaban
realquilados en domicilios particulares. Las clases se impartían en el colegio
de Escolapios, entonces en la calle mayor y en el Casino de la calle Echegaray.
Nos lo cuenta El Pirineo Aragonés hablando del protagonista. Su padre fue profesor
de francés en la Universidad de Verano. El gobierno municipal republicano, condicionó
el apoyo a la Universidad de V. a que la familia Tejada-Campo dejara de asistir
a los cursos, por lo que no volvería a Jaca más que en dos ocasiones puntuales
en los años 40. El haber presenciado la Procesión de Santa Orosia en 1929, hace
que esta conferencia en el año 2000 sea de gran atractivo por lo valioso de su
testimonio oral. Agradecemos cómo no, la accesibilidad que el Pirineo Aragonés permite a sus publicaciones, donde siempre encontramos temas de interés.
Álvaro
El día
de Santa Orosia de 1929
E.P.A.- Luis Monreal de Tejada quiso relatar a los
asistentes al auditorio del Palacio de Congresos las vivencias que perduran en
su memoria del día de Santa Orosia de 1929. La descripción fue detallada y
sugestiva por los numerosos detalles y situaciones expuestas, aspectos de los que
se tienen amplio conocimiento a través de testimonios escritos, pero no orales.
“La tarde anterior al día de Santa Orosia me crucé por la
calle con algún peregrino (romero) vestido de saya parda y sombrero redondo de fieltro
endurecido; eran peregrinos que venían de los pueblos de la comarca para
acompañar a los enemigados”. Al día siguiente, contó que asistió a la misa en
la catedral, un oficio lleno de suntuosidad con “diáconos vestidos con
dalmáticas”, monaguillos, órgano y latín. “Aquella mañana también había una
pequeña orquesta de cámara” que interpretó entre otras obras, el andante de la
«Casación» de Mozart. “Al término de la misa, se organizó la procesión que
salía por la lonja grande y que pasó por la calle del Obispo”. Luis Monreal
explicó que la comitiva, como ocurre actualmente, la abría una “gran bandera (el
pendón) que por lo menos tenía cuatro o cinco metros de mástil y que el forzudo
que lo llevaba apoyaba en un cinturón de cuero y otros dos forzudos lo
sujetaban con dos cuerdas a los lados”. Recuerda como en la calle Obispo los
portadores del pendón “tropezaron con el primer cable eléctrico”, situación que
se fue repitiendo constantemente en el resto del trayecto.
“Detrás venían los Danzantes de Yebra (se refiere a los
Danzantes de Santa Orosia), vestidos de blanco y tocando con sus palos. No recuerdo
si eran ocho o doce. La música se la daba cl que venía detrás, tocaba un silbo
de tres agujeros que sujetaba con la mano izquierda; en la otra mano lleva el
chicotén. La melodía era muy simple, una frase muy corta de trece notas”.
Tras los Danzantes de Santa Orosia iba las andas con la urna
donde se custodia la reliquia de la patrona. “Debajo de las andas —cuenta— venían
los enemigados o espirituados. Se les llamaba así para no nombrar al enemigo
(al demonio, ya que habitualmente se les conoce también como endemoniados).
Portaban en las manos unas anillas hechas con hilos que simbolizaban el número de
demonios que llevaban en el cuerpo. Habría entre ocho y diez e interpelaban a
la Santa con las más soeces palabras”. Detrás de los espirituados iba el obispo
vestido de pontifical.
Luis Monreal explicó que
una vez finalizado el recorrido por las calles de la ciudad, la procesión
terminaba “en el descampado del Campo del Toro (actual plaza Biscós), donde había
un pequeño pabellón de dos plantas, rematado por una cúpula oriental (el
templete). Subía el obispo y depositaba sobre el alféizar la urna de Santa
Orosia y quitaban los mantos bordados uno por uno; conté cincuenta y tantos.
Finalmente salía un paquete envuelto en una tela roja que se suponía eran los
huesos de la Santa”. Relató que debajo estaban los danzantes y los endemoniados
que “se quitaban los anillos para sacar los demonios” de sus cuerpos mientras
gritaban “por los pies, por los pies”, al creer que era el mejor sitio para
sacar los malos espíritus, ya que se pensaba que de hacerlo por los ojos, se
quedarían ciegos, o si fuera por los oídos, sordos. Entre los espirituados que
allí se encontraban, “había una mujer de Ayerbe que gritaba más que ninguno” y
que se iba quitando todos sus ropajes : detrás de una sábana “porque creía que
así ahuyentaba a los demonios. “Esa mujer, cuando pasó a mi lado, decía: tres
años más, tres años más”, refiriéndose a que todavía le quedaban otros tres
años para espantar a los demonios que la poseían.
Semanario El Pirineo Aragonés núm. 6021 del 14 de julio de 2000, pág. 10