04 junio, 2013

Pepa Millán, experta en ropajes de Jacetania y Alto Gállego

“Cada traje tiene encanto y nos ayuda a comprender mejor una forma de vida”

RICARDO GRASA



JACA.- Pepa Millán sobresale como una de las grandes investigadoras de las indumentarias tradicionales
de la Jacetania y el Alto Gállego. Su última ponencia tuvo lugar en Villanúa, promovida por la Asociación “El Hachar” y versó sobre la evolución entre los siglos XVIII y XX. Articulista y conferenciante, Millán se esfuerza al máximo para dar a conocer la cultura tradicional, bien como miembro del Grupo Folklórico Alto Aragón o en calidad de coordinadora de las exposiciones del Festival Folklórico de los Pirineos y asesora en los talleres de costura del Primer Viernes de Mayo.
Los trajes de la Jacetania y el Alto Gállego “se caracterizan por el uso de telas de abrigo como paños, estameñas, lanas para las prendas exteriores (sayas, calzones o chalecos), y de lienzo tejido en las casas o algodón para las prendas interiores (camisas, marinetas, enaguas)”, explicó Millán, quien observa “semejanzas” con el ropaje del Maestrazgo, por el clima, y el del Cantábrico, por el Camino de Santiago.
En la charla habló de prendas muy antiguas, como el bancal o la mantilla de iglesia, la capa y el pañuelo coronario, y de conjuntos completos procedentes de Ansó y Hecho, los pueblos que, según Millán, “mejor han conservado” su historia en forma de traje. En el Serrablo, el reconocimiento se lo llevan Sallent de
Gállego y Yebra de Basa. En ambas comarcas, hubo un tiempo en que estos ropajes “se consideraban trapos viejos que se utilizaban para cualquier cosa o se deshacían para aprovechar la tela”, comentó la jaquesa. Todo cambió cuando apareció la gente de la ciudad, “dispuesta a llevarse
cosas por cuatro perras, para luego venderlas o lucirlas”. “Desde entonces, se sabe que tienen un tesoro, que guardan una parte de la historia de la familia y se lucen”, reveló.
En cuanto los colores, Millán manifestó que los más utilizados eran los “tonos oscuros”, como el negro, el marrón, el azul, los grises o el morado, “tanto lisos, como con algunos retoques”. Es cierto que los colores vivos, como el amarillo mostaza o el rojo, tienen su cuota de protagonismo “en sayas y sobretodo, en refajos”, pero no es lo habitual.
Para conocer a fondo el vestir del Pirineo occidental, recomienda tomar parte en las celebraciones típicas, como las procesiones de Santa Orosia en Jaca, y acudir a los museos del Traje de Ansó y el etnológico de Hecho, en la Jacetania, y los museos Ángel Orensanz de Sabiñánigo y el etnológico de Búbal, en el Serrablo. “La largura de la camisa del hombre o los pliegues de la faldas” seguro que llaman la atención.
La recuperación de los trajes marcha por buen camino gracias al interés mostrado desde entidades como “El Hachar” y a la voluntad de sus integrantes por buscar información y hacer los ropajes “lo más semejante posible” a los originales, “aunque en algunos casos, se ceda y utilicen tejidos más vistosos, hombreras o cancanes”, lamentó.
“Al público, en general, le gusta admirar los trajes, pero no valora el trabajo que lleva su mantenimiento, la mayoría de las veces por desconocimiento”, dijo la investigadora. Ése sería el caso del Día del Traje Ansotano a causa de que muchos visitantes “desconocen” que los vecinos “empiezan a vestirse de madrugada” y no se hacen a la idea de tener que “secar, cepillar, lavar y almidonar”.
Si se le pregunta a Millán por su traje favorito, le resulta difícil elegir uno. “Todos tienen su encanto y cada uno ellos te ayuda a comprender mejor una forma de vida que no hemos conocido”, afirmó la jaquesa, que guarda un lógico “cariño” por las prendas de su colección particular.
A la hora de aconsejar en la confección de un traje, recomienda que su autora se ponga en la piel “de su abuela o su bisabuela”. Igualmente, un traje bien hecho “deberá ir acompañado de un buen peinado (pelo retirado y recogido en un moño” y un maquillaje nada excesivo”. Y por supuesto, “fuera los piercings”.